jueves, noviembre 17, 2011

El turron que no te pude invitar

 Alejandro y Luis son naturales del distrito de San Jerónimo. Ellos son amigos desde que la memoria les recuerda. De hecho, compartieron y siguen compartiendo experiencias inolvidables. Por ejemplo, el juego a los tiros de cuando eran niños o la increíble participación activa para el traslado de los restos de José María Arguedas hacia Andahuaylas.

Ahora, ambos son hombres de éxito, uno de ellos estudió letras y el otro Bellas Artes. Es decir, uno de ellos es escritor y el otro pintor, y son de los más representativos de Andahuaylas y con renombre nacional e internacional. En la actualidad, ellos gozan de la fama y el reconocimiento de la gente. Lo innegable de estos dos amigos, es el amor para con su pueblo que los vio nacer, y viven la cotidianidad pensando qué hacer para el beneficio de sus coterráneos, de hecho, con imaginación de las plumas y el talento de los pinceles.

El Andahuaylas de antaño, era, pues un pueblo con todas las carencias: el servicio de transporte interurbanos era escaso, por lo que la gente generalmente se trasladaba a pie; no había televisión en forma masiva y los primeros que llegaron fueron a mediados de la década del 70 en blanco y negro. Al respecto Alejandro recuerda “veníamos a pie desde San Jerónimo hasta el barrio de Lampa de Oro solo con el fin de mirar tele por la ventana de la casa de la familia Saavedra”.

La diversión de los niños de aquellos años, no estaba condicionada a los juegos electrónicos, fluía la imaginación y el igennio para divertirse por sí solos. En Andahuaylas de hace 40 años había mucha vegetación y espacios para la recreación y la diversión, se podía cazar pájaros en los bosques con el “jebe” o la onda, por ultimo con warakas improvisadas; también predominaba en el juego grupal de los niños: la “Chankalalata”, “choro medio mago mangotero”, “ampay” “mata chola” “chapa-chapa” o simplemente el futbol, pero con pelotas de trapo.
La actividad principal del andahuaylino era la agricultura y la ganadería, por lo que la economía dependía exclusivamente de la producción de la tierra. Afortunadamente en épocas pasadas se desconocía la contaminación ambiental. En todas partes de la tierra Chanka se respiraba aire puro y las aguas eran limpias, inclusive el río chumbao en donde se podía pescar truchas o sencillamente nadar haciendo enormes pozas en medio de sus correntadas.

En cuanto a las fiestas populares, las fiestas patronales marcaron siempre la diferencia, Navidad, Año Nuevo y Reyes, dulce nombre y el niño Jesús. También el 21 de junio que es el aniversario de la provincia siempre se celebró a lo grande, con bombos y platillos, con cohetes y cohetecillos, con talcos y serpentinas y con desfile de artistas urbanos y rurales. Y en torno a esta fiestas, desde luego los negociantes de maicillos, de chicha, de turrones y de manzanas con caramelo.

Las familias de antes eran numerosas, ochos hijos era común y corriente en un matrimonio. Al respecto dicen mis padres que ahora ya promedian las 8 décadas: “se podía vivir bien y se podía mantener y educar a los hijos sin inconvenientes. No había riqueza pero tampoco había pobreza”. Esto quiere decir, que no sobraba el dinero, por ende no había dinero para la propina de los hijos“.

En este contexto Alejandro y Lucho crecieron soñando y antojándose de los turrones de caramelo; los más ricos que tiene el valle. Estos productos se vendían, todavía hasta hoy lo siguen vendiendo en bolsitas de papel el mismo señor que vive a la espalda de la escuela de mujeres de la ciudad de Andahuaylas. Los turrones en cuestión son alargaditos y de diferentes grosores y colores. De hecho, sin propina no se podía comprar. Recuerda Alejandro que se quedaban con Lucho al lado de la carreta mirando por horas y horas al turrón con la única intención de que el señor vendedor se apiade y los de un pedacito. Nada. Malo el señor.

Ahora Lucho y Alejandro rondan las 5 décadas, ya tienen dinero, tienen su estabilidad económica. Ya se pueden dar el lujo, si acaso ellos quisieran, podrían comprar todos los turrones de Andahuaylas. Pero la vivencia de aquel ayer, eso de querer y no poder es lo más lindo que los pasó.

Y cuenta Alejandro que un día Lucho se sacó el gusto. Fue en La fiesta de la bajada de Reyes. Caminaban entre la gente sin intención fija de ir a ninguna parte. En eso, lucho le pide que le acompañe

–Ven no más tú, así le dice.

–Pero ¿a dónde? –pregunta Alejandro.
–Sígueme no más.

Alejandro siguió los pasos lentos de su amigo sin tener idea alguna a donde le llevaba. Lucho se paró al frente de la carreta de turrones. El vendedor es el mismo aunque ya anciano.

–Quiero invitarte el turron que no te pude invitar cuando éramos niños, le dice Lucho

A lo Alejandro le contesta con una negativa.

–No te pases, pues, Lucho… ya no somos niños. Antes me gustaba. Ahora ya no.

Por eso mismo, Alejandro. Antes no pude porque no tenía dinero. Hoy quiero hacerlo. Me quiero dar ese gusto, amigo.

–Está bien, contesta Alejandro un tanto sorprendido.

Lucho le alcanza la bolsita de turrones que cuesta S/. 0.50, y Alejandro le contesta:
–Yo también quise invitarte cuando éramos niño, Lucho. Lucho, mi buen amigo.
–¿Esta rico, no?
–Si, pues...

Alejandro de Andahuaylas

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