viernes, agosto 19, 2011

Los dilemas de Alejandro: ¿tu gato o los cuyes de tu abuela?

Hace algunos años como para no decir muchos, tuve una experiencia por demás dramática en relación a la crianza del cuy. Se sabe que la alimentación de ésta especie es el pasto verde fundamentalmente. Algunas veces se puede complementar con granos para que tenga mayor energía y un rapido crecimiento. Pero, hay que tener mucho cuidado con algunas plantas que a veces resultan nosivas para el cuy, por ejemplo: La cicuta (llama-q'ura), Cola de caballo, mostaza, peregil, etc. que en muchos casos vienen mezclados (camuflado) en el pasto o la alfalfa.

Aparte de las plantas nosivas, también los gatos son entes que influyen en su exterminación. Muchas veces los felinos domésticos se los come a los más pequeños, preferentemente a los recién nacidos. Siempre lo supe, y ahora también lo sé. Si fuera huachano, no me importaría, al final, también me los comería. Es de conocimiento que en la zona de Huacho (Perú) el plato típico es en base al gato techero.

Lo concreto es que hay un gato que está comiéndoselo a los cuyes de mi madre, este felino es de color negro, y sé de quién es, como también sé cómo se llama. Mi dilema es ¿Le doy veneno o no?

La cuenta que llevo es más de 10 cuyes muertos, claro, esta cifra no alcanza todavía al de mis recuerdos, ocasionados por una dejadez.

Como simpre y desde hace muchos años, mis padres siguen alternando su residencia entre Kakiabamba y Andahuaylas, ahora que estoy de vuelta después de muchos años ami tierra, sigo haciéndome cargo de los cuyes de mi madre. Y a ése gato, le tengo entre ceja y ceja. Sino le mato, comerá a todos los cuyes.

Es sabido que la caracteristica de un niño además de ser inquieto es, pues, sin lugar a dudas irresponsable. Con tal de tener más tiempo para jugar cualquier cosa es lo mismo. En aquellos años, vivía algo cansado de tener cuy para la crianza, porque representaba darle su pasto todos los días. No siempre hay alfalfa en la chacra. En estas circunstancias salía a buscar a donde sea, preferentemente a las chacras de la vieja hacendada. Siempre yo. Eso de ser el menor de una familia numerosa es fastidioso, todos quieren mandar, y para el colmo, mis padres tenían el pensamiento de que al mayor se lo respeta.

De esos pensamientos familiares mi hermano Juan era el que más se aprovechaba. En verdad, era el rey de la casa, el más-más, el intocable. En otras palabras el más ocioso. Para sus hermanos menores su palabra era ley, de no hacerle caso, aveces con gritos, y algunas veces nos golpeaba sin pudor. De cualquier modo se hacía respetar. Claro, toda la injusticia mientras mis padres estaban de viaje por Kakiabamba.

Mi primer dilema en torno a los cuy empezó una mañana de un día lunes. Sí, lo recuerdo como si fuera ayer. Mis hermanos mayores ya se habían ido al colegio, quedaba solamente mi hermana Olimpia que recien tenía dos días de retorno en Andahuaylas. Ella, en aquella ocación había viajado al Cusco a postular a la universidad Mayor San Antonio Abad. No estoy seguro si esa vez habría ingresado, lo más probable es que no, digo, porque tenía un enojo con todo y con todos, y para el colmo aquella vez, mi madre le había encargado mi cuidado. Es decir, a ella le debía respeto y obediencia. En caso de faltarle, ella tenía la potestad de aplicar cualquier sanción, por lo general era la golpiza.

Valgan las verdades, cuando se es niño se olvida de las responsabilidades. Aquel día lunes mi responsabilidad era de cortar alfalfa en la chacra que mis padres arrendaban. Después, limpiar las malas hierbas que habitualmente son nosivas.

Para el conocimiento de muchos, yo creo que al igual que los bebes, tambien los cuy lloran por llorar, mucho más cuando se trata de comida, se desesperan; hacen ruidos ensordesodoras, hasta por las puras. En esas circunstancias cualquiera piensa que tiene hambre, con tal de no escuchar esos gritos aunque sea sucuta.

Cuando me llamó desde la puerta de abajo mi amigo Atancha acababa de regresar desde la chacra con la alfalfa para los cuyes.

- Vamos a jugar al columpio, me dijo.
- Espérame un poquito le contesté, todavía tenía la manta de alfalfa en mi espalda.
- Apúirate, antes que nos gane los Gutierrez y su amigo el Ucuchka.
- Primero daré de comer a mis cuyes
- Ya, pues...

Si había algo que en demasía me gustaba era jugar al columpio, pero no de esas clásicas que se conocé en los parques. Este columpio era montado en una de las plantas de Lambras que abundaba al costado de la parte de atrás del colegio Juan Espinoza Medrano, y que tenía un crecimiento oblícuo, más o menos con una caída de 45 grados. Especial como para imitar los saltos de Tarzan. Lo mucho que gustaba jugar en este columpio es de no poder creer. Era, pues, una especie de ritual de iniciación en el mundo de “Los macho del barrio Cheqo Cruz” (Vista Alegre), sólo para aquellos que por las venas corrían sangre aguerrida, sangre Chanka. Nos aventábamos desde la sequía sujetado a una soga de paqpa (cabuya seca) y se iba 30 metros derecho al abismo.

-!Auwawaaaa...!

Saltaba uno, después el otro, y así; toda la mañana. De hecho que hubo accidentes. El Mimi fue uno de los desgraciados, no pudo sujetarse de la soga y voló como pajaro sin alas aproximadamente 50 metros. Afortunadamente cayó sobre un amontonado de chala. Tuvo lesiones leves, pero ya nada fue igual para él. El susto que se llevó repercutió mucho en su personalidad, se hizo cobarde, miedoso. Su madre comentaba a las madres del barrio el problema del Mimi: decía que en las noches deliraba, algunas veces se orinaba, lloraba y no podía dormir.

-Mancharikunmi, insistían las vecinas
En efecto, su problema era el susto.
- Aguita de Carmen para el susto le recomendaron.
-¿Dónde lo compro?
-En la tienda del Sr. Salas, en la amargura.

Me dirigí hacia la puerta de la cocina llevando el alfalfa. No estaba nadie en la casa ¿dónde se habra ido Oly? Me pregunté. Seguro donde Rene Carhuas, su amiga. Después puse en el suelo, cerca a la puerta de la cocina mi carga de pasto verde. Los cuyes al darse cuenta gritaron con desesperación, de prisa separé un manojo y lo dí de comer sin revisar las hierbas nosivas. Luego salí en dirección al depósito a sacar la soga, después me alejé de mi casa.

- ¡Espérame, Atancha, Espérame!

Nunca las podré explicar el por qué no cerré la puerta de la cocina, como tampoco por qué no limpié la alfalfa. En este caso, había mucho de la llama-q'ora que es hierba venenosa para los cuyes, tambien para los animales grandes como los vacunos y equinos. Tal vez sí, ¿Por jugar?... a lo mejor, lo cierto es que El Atancha no estuvo para defenderme cuando mi hermana Oly me dio la paliza más recordada de mi vida.

Tal como me dijo, cuando llegamos con Atancha a donde se juega al columpio, El Mimi ya se había apoderado por el resto de la mañana del árbol inclinado. Los Gutierrez y el Ucuchka reclamaban con hambre de querer pelear, pero cuando arribamos, y vieron al fortachón del Atancha alistar sus puños, se alejaron en silencio y cabizabajo como perros con la cola entre los rabos.

Nos turnamos varias veces hasta cansarnos de jugar, así vimos pasar el primer recreo del colegio, también al sol cuando llegaba al medio día. El nivel primario del colegio funcionaba en las tardes, de 1:pm hasta las 5,30pm especificamente. Valgan las verdades, perdimos la noción del tiempo. Sino hubiera sido por la responsabilidad de Bernacucha Oscco y su hermano Leonidas que siempre iban al colegio una hora antes, hubiéramos pensado que estábamos de vacaciones.

- ¿No se habrán caído de la cama, no?
- Ya son las 12 y cuarto, cosntestó Bernacucha ante la chanza del Mimi.
- No jodas...
- Mira el sol en donde ya está...

De hecho, primero nos miramos unos a otros, después corrimos cada uno a nuestras casas. Yo creo que ninguna familia tolera la dejadez de los hijos. Afortunadamente no tenía pendientes con la tarea, y eso, no era mi preocupación. El problema era mi hermana. Tal como mencioné párrafos más arriba, a ella debía de dar todas las explicaciónes. Mientras corría hacia mi casa rogaba para que no esté en casa, aunque se sabía que era en vano, Dios no está cuando más lo necesitas. Cuando llegué además de encontrarme con una hermana por demás enojada, por la puerta que no dejé cerrada habían salido los cuyes a comer la lafalfa entremezclada con las hierbas venenosas. El resultado fue varios cuyes muertos y otros tantos agonizaban en el suelo.

Nadie me ayudó a pedir clemencia, ni a soportar el dolor, aguanté las porras de mi hermana sin gallardía, grité a más no poder, y como si fuera poco, la carga de ser responsble de la muerte de los cuyes me atormentó varios años, creo que hasta ahora me sigue atormentado. A todo esto, yo pienso que en el patíbulo de los acusados, de hecho, la prudencia hubiera tambien acusado a mi hermana, pero eso, nunca pasó.

Obviamente se tenía que salvar a los cuyes que aginozaban, no sé de dónde pero, apareció el dinero para comprar los remedios, con algo se tenía que curar, ¿con qué?.. no lo sabía, qué mejor preguntar al veterinario. Me mandó a la veterinaria que en ese entonces estaba en una de las esquinas del antiguo local del colegio Belen de Osma y Pardo, era medio día y para mi mala suerte estaba cerrada, ¿ahora qué hago? ¿lo espero o no? Sino llevo los medicamentos se mueren todos, ¡Ay, mamita querida! Nunca se apareció el veterinario. Decidí regresar. En vista que todavía no había almorzado tenía mucha hambre, ustedes saben cómo es eso de sentir hambre cuando se es niño, aveces no conoce de razones, decidí comprarme pan con gaseosa, ¿y los medicamentos? ¡Qué me importa! Total, los cuyes no son míos, son de mis padres. Me los gasté casi todo el dinero que era para salvar la vida de los pobres roedores más famosos del Perú que habitaban en la cocina de la casa de mis padres. Ese dinero equivalía... a ver, a unos 10 soles de ahora. No recuerdo qué más compré, lo concreto es que lo que me sobró no alcanzaba para nada.

A esas alturas, estaba realmente por demás complicado. No hacía falta enumerarlas, de seguro que los cuyes murieron, sin dinero y con una falta al colegio mi vida había entrado al cuadro de los desesperados. Por miedo a más golpizas, decidí no volver hasta la noche. Pasé una parte de la tarde en el parque Lampa de oro, y después me fuí hacia San Jerónimo a esperar a mis padres. Hasta lo última gota de la tarde esperé en la zona de Rosasmayu, nunca llegarón. Regresé a casa, desde luego atormantado, con miedo a mi hermana. Primero llegué a la parte de atrás, después, de a poco me aproiximé hasta la cocina. Cuando me vieron casi todos se alegraron, menos mi hermana, me pidió el diero, no supe qué contestar, otra vez más, me pegó, y nadie dijo nada. Sólo aguanté el dolor, y qué dolor.

Al día siguiente llegaron mis padres, mi queja no alcanzó para nada, también me resondraron al ver una merma total en el conjunto de la crianza de los cuyes.

Con lo que me gusta la carne del cuy, por mucho timpo no comimos en pepeya ni en chaktado.

Cuando estuve lejos, extrañaba mucho los platos elaborados en base al cuy. Como era de esperar, apenas arribé a mi pueblo, mis padres hicieron preparar uno entero con papa y ensalada. No puedo describir las delicias de su carne, sólo puedo decir es la mejor de todas las existentes, y por esa misma razón, cuando mis padres se van de viaje me encargo de darle de comer, todos los días. Y es por esto, que me siento parte de esta crianza, y por lo mismo tengo este dileme ¿qué hacer con ese gato?.

Ése felino es de color negro y se llama Salen, y para el colmo es de mi sobrina. En verdad, quisiera que haya otras alternativas, o es el gato o son los cuyes. En cuanto a ventajas nada está en discusión, los roedores aportan mucho más que el animal de mi sobrina. ¿Díganme qué hago?, quiero soluciones. En primera instancia pensé hablar con mi sobrina que de nombre lleva Almendra y tiene 19 años, qusiera plantearle la situación. Estoy seguro que ella va elegir a su animal, porque para ella es su hija, esa es la forma cómo lo define: mi hija. Por otra parte, el esfuerzo que mis padres ponen en la crianza de sus animalitos es como para no considerar otras alternativas. Ellos, apesar de sus años piensan en cómo y con qué agazajar a sus hijos cuando van a visitarla.

Sino tomo medidas drásticas, en pocos días más, no quedará ni un solo cuy por causa de Salem.

Bueno, Almendra, ¿tu gato o los cuyes de tu abuela?
¿qué me responderá?
¡Uy, Qué problema!
¡Qué dilema!

Alejandro de Andahuaylas

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