sábado, mayo 29, 2010

Bernardo Monteagudo, uno de los ideologos de la independencia americana

“Todos aman a su patria y muy pocos tienen patriotismo: el amor a la patria es un sentimiento natural, el patriotismo es una virtud: aquel procede de la inclinación al suelo donde nacemos y el patriotismo es un hábito producido por la combinación de muchas virtudes, que derivan de la justicia. Para amar a la patria basta ser hombre, para ser patriota es preciso ser ciudadano, es decir tener virtudes de tal”. (...) “La esperanza de obtener una magistratura o un empleo militar, el deseo de conservarlo, el temor de la execración pública y acaso un designio insidioso de usurpar la confianza de los hombres sinceros: estos son los que forman los patriotas de nuestra época”. (...) “Muy fácil sería conducir al cadalso a todos los tiranos si bastara esto el que se reuniese una porción de hombres y dijesen a todos en una asamblea, somos patriotas y estamos dispuestos a morir para que la patria viva: pero si en el medio de este entusiasmo el uno huyese del hambre, el otro no se acomodase a las privaciones, aquel pensase en enriquecer sus arcas y este temiese sacrificar su existencia, su comodidad, prefiriendo la calma y el letargo de la esclavitud a la saludable agitación y los dulces sacrificios que aseguran la libertad, quedarían reducidos todos aquellos primeros clamores a una algarabía de voces insignificantes”. (...) “Ningún hombre que se considere igual a los demás, es capaz de ponerse en estado de guerra, a no ser por una justa represalia. El déspota atribuye su poder a un origen divino, el orgulloso que considera su nacimiento o su fortuna como una patente de superioridad respecto de su especie, el feroz fanático que mira con desdén ultrajante al que no sigue sus delirios, el publicista adulador que anonada los derechos del pueblo para lisonjear a sus opresores, el legislador parcial que contradice en su código el sentimiento de la fraternidad haciendo a los hombres rivales unos de otros e inspirándoles ideas falsas de superioridad, en fin, con la espada, la pluma o el incensario en la mano conspira contra el saludable dogma de la igualdad, este es el que cubre la Tierra de horrores y la historia de ignominiosas página: este es el invierte el orden social”. (...) “Tales son los desastres que causa el que arruina ese gran principio de la equidad social; desde entonces, el poderoso puede contar con sus derechos; solo sus pretensiones se aprecian como justas: los empleos, las magistraturas, las distinciones, las riquezas, las comodidades, en una palabra, todo lo útil, viene a formar el patrimonio quizá de un imbécil, de un ignorante, de un perverso a quien el falso brillo de la cuna soberbia o una suerte altiva eleva el rango del mérito, mientras el indigente y oscuro ciudadano vive aislado en las sombras de la miseria, por más que su virtud le recomiende, por más que sus servicios empeñen la protección de la ley, por más que sus talentos atraigan sobre él la veneración pública”. (...) “La Tierra se pobló de habitantes; los unos opresores y los otros oprimidos: en vano se quejaba el inocente; en vano gemía el justo; en vano el débil reclamaba sus derechos. Armado el despotismo de la fuerza y sostenido por las pasiones de un tropel de esclavos voluntarios, había sofocado ya el voto sato de la naturaleza y los derechos originarios del hombre quedaron reducidos a disputas, cuando no eran combatidos con sofismas. Entonces se perfeccionó la legislación de los tiranos: entonces la sancionaron a pesar de los clamores de la virtud, y para oprimirla llamaron a su auxilio el fanatismo de los pueblos y formaron un sistema exclusivo de moral y religión que autorizaba la violencia y usurpaba a los oprimidos hasta la libertad de quejarse, graduando el sentimiento por un crimen”. (...) “Una religión cuya santidad es incompatible con el crimen sirvió de pretexto al usurpador. Bastaba ya enarbolar el estandarte de la cruz para asesinar a los hombres impunemente, para introducir entre ellos la discordia, usurparles sus derechos y arrancarles las riquezas que poseían en su patrio suelo. Sólo los climas estériles donde son desconocidos el oro y la plata, quedaban de este celo fanático y desolador”. (...) “La tiranía, la ambición, la codicia, el fanatismo, han sacrificado a millares de hombres, asesinando a unos, haciendo a otros desgraciados y reduciendo a todos al conflicto de aborrecer su existencia y mirar la cuna que nacieron como el primer escalón del cadalso donde por espacio de su vida habían de ser víctimas del tirano conquistador. Tan enorme peso de desgracias desnaturalizó a los americanos hasta hacerlos olvidar que su libertad era imprescriptible: y habituados a la servidumbre se contentaban con mudar de tiranos sin mudar de tiranía”. (...) “Un usurpador no es más que un cobarde asesino que sólo se determina al crimen cuando las circunstancias le aseguran la ejecución y la impunidad: teme la sorpresa y procura prevenir el descuido: la energía del pueblo lo arredra y así espera que llegue a un momento de debilidad o caiga en la embriaguez febril de sus pasiones: el conoce que mientras la libertad sea objeto de los votos públicos, sus insidias no harán más que confirmarlas, pero cuando en las desgracias comunes cada uno empieza a decir ‘yo tengo que cuidar mis intereses’, este es el instante en que el tirano ensaya sus recursos y persuade fácilmente a un pueblo aletargado que la fuerza es un derecho”. (...) “La soberanía reside solo en el pueblo y la autoridad en las leyes: ella debe sostener que la voluntad general es la única fuente de donde emana la sanción de esta y el poder de los magistrados: debe demostrar que la majestad del pueblo es imprescriptible, inalienable y esencial por su naturaleza”. (...)

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